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el tratamiento con líquidos se deben evitar una administración

excesiva y una expansión del LEC, al tiempo que se deben mante-

ner o corregir las concentraciones de los electrólitos y el equilibrio

acidobásico (v

. cap. 86).

El anestesista debe intentar evitar aquellos

trastornos agudos que pueden precipitar la necesidad de hemodiá-

lisis en el postoperatorio inmediato (p. ej., hiperpotasemia, edema

pulmonar, acidosis metabólica), ya que ésta resulta muy difícil de

realizar en el paciente hemodinámicamente inestable y la anticoa-

gulación necesaria puede estar fuertemente contraindicada durante

algunas horas tras la intervención. Los pacientes con insuficiencia

renal crónica suelen sufrir hipertensión, diabetes y enfermedad

vascular, por lo que se debe evitar también la hipotensión para

mantener una adecuada presión de perfusión cerebral y cardíaca.

En pacientes con una insuficiencia renal aguda, la hipotensión

puede agravar la agresión isquémica renal, lo que contrasta con la

ausencia de interés sobre efectos adversos renales en el paciente

con una insuficiencia crónica. Una sesión de hemodiálisis reciente

puede desencadenar cambios en los electrólitos de forma aguda,

hipovolemia y acidosis, por lo que el momento óptimo para reali-

zarla suele ser de 12 a 24 horas antes de la intervención. Pero si

debe realizarse más cerca de la cirugía, el volumen retirado en la

sesión debe disminuirse al máximo. Otros problemas de estos

pacientes suelen ser la malnutrición, hipoproteinemia, anemia e

intolerancia a hidratos de carbono.

En este tipo de pacientes se debe hacer una cuidadosa moni-

torización hemodinámica y, si aparece una hipovolemia, utilizar

rápidamente los coloides pero sin llegar a una excesiva expansión del

volumen vascular, pues una sobrecarga intersticial necesitaría una

hemodiálisis postoperatoria precoz. La reposición con cristaloides de

las pérdidas del tercer espacio se debe limitar a 1 o 2ml/kg/h, mien-

tras que las pérdidas de sangre se deben compensar con coloides o

concentrados de hematíes. La corrección del sodio, potasio y la aci-

dosis se realizarán con líquidos isotónicos sin potasio (para corregir

el sodio), bajos en cloruro (para corregir el potasio), o ricos en sis-

temas tampón (para corregir la acidosis). El ritmo inicial de los

líquidos de mantenimiento debe ser de aproximadamente un 30%

del calculado, ya que un 70% de ellos se utilizan habitualmente para

eliminar solutos a través del riñón, una vía evidentemente no dispo­

nible en estos casos. También se deben controlar regularmente los

niveles de pH, sodio, potasio, bicarbonato y glucosa.

Paciente con síndrome de dificultad

respiratoria aguda

En el paciente con un síndrome de dificultad respiratoria aguda (v.

caps. 81 y 82)

, el tratamiento con líquidos debe perseguir el man-

tenimiento de la presión oncótica, manteniendo los niveles de PVC

y PCP lo más bajos que sea compatible con una adecuada función

ventricular. El aporte de oxígeno debe estar idealmente por encima

de los 600ml/min/m

2

, aumentando el índice cardíaco y la concen-

tración de hemoglobina. Los efectos hemodinámicos del aumento

de la presión en la vía aérea se compensarán manteniendo unos

volúmenes de llenado ventricular, tanto izquierdo como derecho,

adecuados. Al aumentar la presión en la vía aérea, el pulmón se

expande, aumentando también la presión intrapleural de forma

directamente proporcional a la distensibilidad pulmonar e inver-

samente a la del diafragma y la caja torácica. Este aumento de la

presión intrapleural aumenta la PVC, con lo que el gradiente entre

la presión central y la de la periferia se reduce. Esto disminuye a

su vez el retorno venoso, a no ser que aumente el tono venoso

periférico o se aporten líquidos. Además, el incremento de la

presión venosa aumenta la filtración de líquido por el lecho capilar,

provocando cierto grado de hipovolemia. Ese aumento de la presión

intrapleural se transmite al pericardio, reduciendo el gradiente de

llenado de todas las cámaras cardíacas con el consiguiente des-

censo del volumen telediastólico que desemboca en una menor

precarga. El aumento en la presión intrapulmonar produce un

ascenso de la presión en la arteria pulmonar que aumenta la pos-

carga del ventrículo derecho. Además, como el menor retorno

venoso reduce la precarga de este mismo ventrículo, su volumen

sistólico puede verse gravemente afectado, con una mayor rigidez

del septo interventricular y, en último término, un descenso en la

precarga del ventrículo izquierdo.

Todos estos problemas pueden mejorar aumentando el

volumen intravascular, exceptuando el caso del aumento de la pos-

carga del ventrículo derecho. A la hora de decidir el comienzo de

un tratamiento con fármacos inotrópicos, será de gran ayuda

conocer la PVC y el volumen telediastólico del ventrículo derecho.

El aumento en la PVC también altera el retorno linfático del

pulmón y la periferia. El principal trastorno asociado al SDRA es

la sepsis, que puede por sí misma producir una vasodilatación y

aumento de la capacidad vascular, reducir la presión oncótica y

provocar la formación de edemas. El resultado clínico final de

todos estos factores es que el balance de líquidos resulta positivo

hasta que se comienza a resolver el SDRA y la sepsis. Actualmente

están en marcha estudios que comparan el uso de cristaloides y

coloides en estas situaciones, pero se ha visto que tras 48 horas, la

función pulmonar es mejor en los pacientes tratados con un por-

centaje de soluciones coloides que en aquellos que sólo reciben

cristaloides.

Paciente con quemaduras agudas

El tratamiento con líquidos en el paciente que ha sufrido quema-

duras agudas busca reponer el volumen plasmático y compensar el

intercambio de volumen del LEC que ocurre hacia los tejidos que-

mados pero aún viables junto a las pérdidas producidas por la

eliminación de la barrera cutánea. La agresión tisular que supone

la quemadura se acompaña de una interrupción brusca del lecho

capilar, manifestada como una vasodilatación local con aumento

de la permeabilidad y posiblemente un menor coeficiente de

reflexión de las proteínas. La vasodilatación hace aumentar la

superficie de filtración y tiende a elevar la presión capilar. El menor

coeficiente de reflexión reduce la capacidad de los coloides de

retener los líquidos en el interior capilar. El agua, los electrólitos y

las proteínas que se internan en el tejido quemado lo hacen a

expensas del volumen intravascular, pudiendo llegarse a la hipovo-

lemia franca y produciéndose también un proceso de retirada de

líquido de los tejidos sanos hacia los quemados. Antiguamente se

creía que la permeabilidad capilar aumentaba en todos los tejidos

tras un trastorno grave por quemaduras, pero esta hipótesis ha

cambiado en la actualida

d 117 .

Al edema tisular se añade una impor-

tante pérdida de agua por evaporación en la superficie quemada y

un aumento en las necesidades de líquidos en la zona por su notable

incremento del metabolismo.

Para determinar el tratamiento inicial más adecuado se han

desarrollado diversas fórmulas, pero la clave del éxito está en un

estrecho control de las variables hemodinámicas con una adapta-

ción individualizada del mismo. Si la diuresis y las presiones de

llenado aumentan progresivamente, se debe reducir el ritmo de

administración de los líquidos. La fórmula de Parklan

d 118

deter-

mina la pauta de tratamiento en base al porcentaje de superficie

corporal (SC) quemada (% SC quemada) de la siguiente forma:

2ml/kg/% SC quemada en las primeras 8 horas, y la misma canti-

dad en las siguientes 16 horas. La distribución de los distintos tipos

de líquidos sería la siguiente:

Fisiología hidroelectrolítica intravascular

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Sección III

Control de la anestesia

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