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Hipoxia

La hipoxia cerebral puede inducir lesiones irreversibles, según su

nivel, su duración y la susceptibilidad del paciente. La aportación

de oxígeno al cerebro depende del flujo sanguíneo y de la concen-

tración de oxígeno arterial, relacionada a su vez con la concentra-

ción de hemoglobina y la saturación de oxígeno arterial. La hipoxia

cerebral puede deberse a disminución del flujo sanguíneo o a

hipoxemia arterial. En relación con la anestesia, la incapacidad para

ventilar al paciente o una intubación esofágica inadvertida generan

en ocasiones una hipoxemia profunda y de larga duració

n 119 ,

con

ulterior lesión cerebral. Son habituales las pequeñas reducciones

perioperatorias de la saturación de oxígeno, aunque, probable-

mente, su importancia se ha sobrevalorado, si se comparan con las

considerables fluctuaciones del flujo de sangre cerebral y del nivel

de hemoglobina sanguíne

a 120 .

Una posible explicación es la facili-

dad para medir de forma continua la saturación de oxígeno arterial

mediante pulsioximetría. No se ha identificado conexión alguna

entre hipoxemia arterial leve y complicaciones postoperatorias,

incluida la DCP

O 23,121 .

Hipoperfusión cerebral

La reducción transitoria del flujo sanguíneo cerebral es una poten-

cial causa de disfunción neurológica o cognitiva sin oclusión de los

vasos cerebrales

(v. cap. 53)

. Dicho flujo se regula según el metabo-

lismo cerebral y prácticamente no se modifica dentro del amplio

espectro de variación de la presión arterial (autorregulación)

mediada por los cambios en el diámetro de los vasos de resistencia.

Esta autorregulación presenta un límite inferior correspondiente a

una presión arterial media de aproximadamente 50 mmHg, aunque

es superior en personas hipertensa

s 122 .

Por debajo de este límite, la

dilatación de los vasos no puede ser compensada y el flujo sanguí-

neo cerebral disminuye. La medición de este flujo o de la oxigena-

ción del cerebro durante la cirugía resulta compleja. Las técnicas

empleadas para ello incluyen xenón-133, espectroscopia infrarroja,

Doppler transcraneal (que en realidad mide la velocidad) y satura-

ción de oxígeno en el bulbo de la yugular. Todas ellas presentan

notables limitaciones. En consecuencia, es frecuente en la práctica

clínica recurrir a la presión de perfusión cerebral para valorar dicha

perfusión. Durante la anestesia, el metabolismo cerebral disminuye

y, por consiguiente, un flujo sanguíneo cerebral reducido puede

resultar aceptable. En estudios iniciales sobre episodios prolonga-

dos de baja presión sanguínea en cirugía cardíaca se observó que

tales episodios constituyen un potencial factor de riesgo de disfun-

ción cerebra

l 40,123

, aunque otros ensayos posteriores no han podido

confirmarlo.

Trombosis o embolia

En ocasiones el infarto cerebral se debe a oclusión embólica o

trombótica de una arteria cerebral y de él puede derivarse una

necrosis del tejido del cerebro, que afecta a neuronas y células

gliales. De este modo, la arquitectura tisular se pierde. Un infarto

bien definido puede identificarse en la autopsia o mediante técni-

cas de imagen cerebral, como la tomografía computarizada (TC)

o la resonancia magnética (RM). A veces, según su tamaño y

localización, los infartos cerebrales no producen síntoma alguno,

aunque la presentación habitual es la propia del accidente cere-

brovascular. En estudios sobre ictus se han identificado varios

factores de riesgo, tanto en la población general como en la some-

tida a cirugía. A tal respecto es importante la edad, considerán-

dose también otros factores, como el tipo de cirugía, la patología

cardíaca, en especial fibrilación auricular, la enfermedad vascular

periférica, los accidentes cerebrovasculares previos y la diabe-

te

s 124,125 .

La incidencia de complicaciones cerebrales mayores pre-

sentadas como ictus tras cirugía general oscila entre el 0,2 y el

0,7%. La mayoría de los infartos cerebrales perioperatorios se

deben a émbolos. Los macroémbolos, de más de 200

m

m de diá-

metro, suelen estar formados por material ateromatoso o trombos

y suelen proceder de la aurícula izquierda, el ventrículo izquierdo

o la aorta.

Los microémbolos, de menos de 200

m

m de diámetro, son,

como antes se dijo, frecuentes en cirugía cardíaca. Diferenciados

de los macroémbolos, a menudo son pequeñas acumulaciones de

aire introducidas en la circulación venosa, por ejemplo, por las

sondas empleadas en DCP en las de las vías arteriales. Además, es

posible inducir un embolismo paradójico a través de un orificio

oval abierto desde el lado venoso, inducido por presión subatmos-

férica en venas o médula ósea, cuando el campo quirúrgico está

por encima del nivel del corazón y las estructuras venosas no son

colapsables, como en la cirugía de espalda, la craneotomía en posi-

ción sentada o la sustitución de rodilla.

En la cirugía de sustitución articular se ha constatado la

presencia de microémbolos. Ésta fue específicamente evaluada en

37 pacientes en los que la función cognitiva se analizó mediante

una batería de 13 pruebas, realizadas a 1 semana y 3 meses de la

intervención. Se registró DCPO en el 41 y el 18% de los casos,

respectivamente, aunque, utilizando imagen de Doppler transcra-

neal, no se apreció una correlación significativa con los microém-

bolos

84 .

Aspectos genéticos

Recientemente se ha observado que la variación genética polimór-

fica puede explicar las diferencias individuales en la sensibilidad a

los medicamentos, la inflamación, los traumatismos y otros facto-

res perjudiciales. Estos factores genéticos son importantes en el

desarrollo de demencia, aunque no son los únicos que determinan

el fenotipo.

La apolipoproteína E (ApoE) es una proteína con una

función destacada en la recuperación tras lesiones del sistema

nervioso centra

l 126 .

Existen importantes diferencias en sus tres

isoformas ApoE-E2, E3 y la E4, codificadas por los alelos

ε

2,

ε

3 y

ε

4, respectivamente, del gen ApoE. El

ε

3 es el alelo de tipo salvaje,

presente en el 75% de la población nativa europea, mientras que

el

ε

2 y el

ε

4 son menos frecuente

s 127 .

El alelo

ε

4 parece aumentar

el riesgo de Alzheimer y está asociado a un peor pronóstico tras

lesión cranea

l 128–130 .

Se ha estudiado una posible relación entre el

alelo

ε

4 y la DCPO tras cirugía cardíaca, aunque en la bibliografía

se pueden hallar informaciones contradictorias al respect

o 131,132 .

La posible correlación entre el alelo

ε

4 y la DCPO tras cirugía no

cardíaca se analizó en 976 pacientes de 40 años de edad o más: el

alelo

ε

4 no constituyó un factor de riesgo a 1 semana (

P

= 0,49) o

3 meses (

P

= 0,28) de la cirugía no cardíac

a 133 .

No obstante, parece

existir una correlación significativa entre la DCPO y la presencia

del alelo

ε

4 en pacientes sometidos a cirugía carotíde

a 134

.

Otros factores genéticos podrían afectar a la población qui-

rúrgica general. Por ejemplo, están bien definidas las diferencias

individuales en la inflamación y el metabolismo de los fármacos,

con sistemas de metabolismo farmacológico citocromo P-450. El

metabolismo muy lento de ciertos fármacos puede dar lugar a

concentraciones elevadas de productos de degradación interme-

di

a 135 .

Ambas situaciones son potenciales causas de trastorno de la

función receptora, aunque la relación con la DCPO, si es que existe,

aún está por concretar.

Disfunción cognitiva y otras complicaciones a largo plazo de la cirugía y la anestesia

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Sección VI

Cuidados postoperatorios

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