pocos mililitros de sangre o plasma. Los pacientes que sufren estas
reacciones anafilácticas deben transfundirse con eritrocitos lavados
en los que se ha eliminado cualquier rastro de IgA del donante, o
con sangre carente de proteína IgA. Varios investigadores han revi-
sado otras reacciones transfusionales infrecuente
s 65,68,75,76.
Infectividad de la sangre
Durante los últimos 25 años la hepatitis y el SIDA inducidos por
transfusión han sido las preocupaciones dominantes a la hora de
administrar sangre alogénica. La intensificación de la evaluación de
los donantes, la postergación de los donantes de alto riesgo y el uso
de pruebas de detección selectiva más sensible han hecho que estos
riesgos infecciosos sean bastante poco frecuentes
( tabla 45-9 ).
Actualmente, las preocupaciones dominantes se centran en
problemas no relacionados con el donante (v. el apartado «Reac-
ciones transfusionales») (v.
tabla 45-6). El resumen de Busc
h 77proporciona información definitiva sobre este tema.
Entre 1982 y 2008 se han introducido varios cambios rela-
cionados con la seguridad de la sangre que han hecho que el riesgo
de transmisión de enfermedades a través de la sangre alogénica sea
tan pequeño que incluso la demanda de sangre autóloga ha dis-
minuido por la seguridad que ofrece la sangre alogénica. Quizás la
historia del virus del Nilo Occidental ilustre la rapidez con que
pueden responder los bancos de sangre. En 2002, el virus del Nilo
Occidental provocó el mayor brote de encefalitis por arbovirus
jamás registrado en Estados Unidos (alrededor de 4.200 pacientes).
Veintitrés casos de infecciones transmitidas por la transfusión
desembocaron en siete casos de fallecimiento. En 2003 se dispuso
de tests que han hecho que ahora ésta sea una infección muy poco
frecuente (v.
tabla 45-9 ).
Quedan muchas preguntas por responder. ¿Qué sucede con
la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob? Hay tres casos probables
transmitidos por transfusiones en Gran Bretaña. ¿Hasta qué punto
tiene que ser estricta la analítica? Como se ha descrito reciente-
ment
e 78 ,«el número total de patógenos potenciales que ha amena-
zado el suministro de sangr
e 79,80desde 1995 hace que sea imposible
seguir añadiendo medidas de seguridad costosas» para cada nuevo
agente. Es necesario sumar la vigilancia a todas esas pruebas como
una medida de seguridad más.
Hepatitis B
El estudio de la hepatitis B es un ejemplo de decisión práctica. El
virus de la hepatitis B (VHB) es un virus ADN hepatotropo que
tiene un período de incubación de 4-10 semanas, pero que puede
alcanzar los 6 meses. La prevención de la hepatitis B inducida por
trasfusiones depende de la exclusión de los donantes de alto riesgo
y de la detección de anticuerpos frente al HBcAg. El uso de la
tecnología de análisis de ácidos nucleicos del VHB sigue siendo
motivo de controversia. La cuantificación del riesgo es más com-
plicada para el virus de la hepatitis B que para el virus de la inmu-
nodeficiencia humana (VIH) y de la hepatitis C, ya que se desconoce
la medición de la incidencia del VHB en donantes, tal como des-
criben Kleinman y Busch
79 .La posible mejoría en la seguridad
frente al coste es demasiado pequeña.
Como ya hemos comentado, una de las razones principales
para el descenso de las infecciones transmitidas por la sangre ha
sido el uso de la tecnología de ácidos nucleicos. Los cambios en las
pruebas de transfusión sanguínea se pueden apreciar cuando se
comparan las pruebas usadas en 1998
( tabla 45-10) con las de 2008
( tabla 45-11 ). El uso de la tecnología de ácidos nucleicos ha dis-
minuido la ventana de infectividad (es decir, el período desde la
infección hasta la aparición de un resultado positivo) y es una de
las causas principales de la reducción de la infectividad de los virus
de la hepatitis, del VIH y del virus del Nilo Occidenta
l 81 .La aplica-
ción de una mejor detección selectiva y de unos criterios restrictivos
en la elección de los donantes también han ayudado en este sentido.
La eliminación casi completa de la transmisión transfusional de la
hepatitis, del VIH y del virus del Nilo Occidental ha dificultado que
se pueda determinar su incidencia exacta. Sin embargo, existen
riesgos cada vez más preocupantes de infecciones emergentes, como
la enfermedad de Chagas, el paludismo, e incluso variantes de la
enfermedad de Creutzfeldt-Jakob
( tabla 45-12 ). La hepatitis y el
SIDA han sido las preocupaciones predominantes durante muchos
años, por lo que ambas se comentan en las siguientes secciones.
Hepatitis C
Cuando las transfusiones de sangre se hicieron realidad en la década
de 1940 se reconoció la hepatitis viral como una de las principales
complicaciones. La preocupación se centra sobre todo en las hepa-
titis B y C, y más raramente en la D, que se deben a virus de trans-
misión parenteral. Antes de 1985 la incidencia global de hepatitis
postransfusional oscilaba entre una cifra de tan sólo el 3% hasta
alcanzar el 19%, en función del hospital y de la localización (p. ej.,
los donantes de las grandes ciudades presentaban una mayor inci-
dencia del virus de la hepatitis). En la mayoría de las áreas, la
incidencia de hepatitis ha variado del 3 al 10%. El 90% de las
hepatitis postransfusionales se debe al virus de la hepatitis C. Menos
de un tercio de estos pacientes desarrolla icterici
a 82 .Para determinar
su evolución, Tong y cols
. 82monitorizaron a 131 pacientes con
Terapia transfusional
1521
45
Sección III
Control de la anestesia
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Tabla 45-9
Riesgo porcentual de transmisión de enfermedades infecciosas tras la administración de una unidad de sangre sometida a detección selectiva
en Estados Unidos
Infección
Riesgo
Período ventana (días)
Virus de la inmunodeficiencia humana 1
1/2.135.000
11
Virus linfotrópicos de células T (HTLV-II)
1/2.993.000
51
Citomegalovirus (CMV)
Infrecuente con componentes leucorreducidos
Virus de la hepatitis C (VHC)
1/1.935.000
40
Virus de la hepatitis B (VHB)
1/205.000
Virus del Nilo Occidental (VWN)
1/1.100.000
¿?
De Fiebig ER, Busch MP: Infectious risks of transfusions. En Spiess BD, et al (eds):
Perioperative Transfusion Medicine.
Philadelphia, Lippincott Williams & Wilkins, 2006,
pp 131-152.