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programada. En casos infrecuentes y controvertidos, el trasplante

procedente de un donante vivo puede hacerse a pacientes con una

hepatopatía muy avanzada o terminal descompensad

a 61,62

. Por el

contrario, en niños con insuficiencia hepática subaguda o aguda, el

THDV (en la mayoría de los casos, de un progenitor) suele estar

aceptado. En estos casos, los aspectos éticos, por ejemplo la coac-

ción del donante, son aún más relevante

s 63,64

. Además, la inexpe-

riencia relativa sobre este procedimiento puede dar lugar a una

proporción inaceptablemente alta de complicaciones. En todo el

mundo se han producido varias muertes de donantes relacionadas

con el procedimiento quirúrgico. El porcentaje global de compli-

caciones es variabl

e 35

y oscila entre el 0 y el 67%, con una tasa no

depurada de morbilidad del 31%. Estas grandes variaciones pueden

atribuirse a las distintas definiciones de morbilidad y al diseño de

los estudio

s 66

. Diversos editoriales han expresado una gran preocu-

pación sobre la seguridad de los donantes, sobre la falta de datos

adecuados en relación con los resultados finales y sobre la necesi-

dad de regulación y vigilanci

a 39,67,68 .

El tratamiento intraoperatorio de los pacientes sometidos a

una hepatectomía derecha para donación hepática es similar al de

los demás pacientes en los que se practican intervenciones hepáti-

cas. En algunos centros se coloca un catéter epidural torácico antes

de la intervención, pero en otros sólo se utiliza la analgesia contro-

lada por el paciente para el alivio del dolor postoperatorio. La elec-

ción de la analgesia postoperatoria parece depender en parte de las

posibilidades de monitorización postoperatoria y del grado de fami-

liaridad del personal de enfermería con cada técnica. No parece

justificado evitar la colocación del catéter epidural por miedo a una

coagulopatía postoperatoria secundaria, asociada a la amplitud de

la hepatectomía. El tiempo de protrombina suele alcanzar un valor

máximo 2-3 días después de la operación y se normaliza hacia el 5.°

día. En varios estudios no se han constatado efectos adversos de los

catéteres epidurales en estos paciente

s 60,69

. El mayor de estos trabajos

se publicó en Japón y se refería a 755 donantes, a quienes se les

colocó un catéter epidural para tratar el dolor postoperatori

o 70

. No

se observaron complicaciones asociadas con el catéter. Un estudio

surcoreano realizado con 242 donantes vivos de hígado también

demostró que la analgesia epidural parece ser una alternativa segura

cuando se usa con cuidad

o 71

. Sin embargo, debido a la incidencia

muy baja de hematomas epidurales, la potencia de estos estudios es

insuficiente para valorar los riesgos de desarrollo de hematomas

epidurales en esta población de pacientes. La anestesia general es la

habitual y puede consistir en una técnica equilibrada o combinada

con analgesia epidural intraoperatoria suplementaria.

Para la intervención, el paciente se coloca en decúbito supino,

a menudo con un brazo (derecho o izquierdo) adosado al costado

y el otro en abducción. Se coloca una sonda orogástrica o nasogás-

trica para descomprimir el estómago y mejorar la exposición qui-

rúrgica, sobre todo cuando se prevé hacer una hepatectomía

izquierda. En casi todos los centros se utilizan dos catéteres intra-

venosos de gran calibre y una monitorización invasiva de la presión

arteria

l 60,70

. Algunos autores defienden la monitorización continua

de la PVC para asegurarse de que se mantenga en valores bajos,

pues se considera que su elevación es uno de los principales deter-

minantes de la hemorragia del parénquima hepático durante su

secció

n 72 .

Por tanto, la administración de líquidos debe ser mode-

rada hasta después de la extracción de los lóbulos donados. En un

estudio retrospectivo, la monitorización de la PVC no pareció

reducir la pérdida de sangre en comparación con los pacientes en

quienes no se utilizó. En los centros con una gran experiencia, la

monitorización de la PVC puede ser innecesari

a 73 .

Como alterna-

tiva a la medición convencional de la PVC, Choi y cols

. 74

sugirieron

medir la presión venosa periférica en el brazo. En la mayoría de los

centros se utiliza el sistema de autotransfusión y los pacientes

donan a menudo 1 o 2 unidades de sangre completa antes de la

intervención. En los hospitales donde este procedimiento es habi-

tual, la pérdida de sangre suele ser muy inferior a 1 litr

o 60,75

. Sin

embargo, debido a la naturaleza de la intervención, siempre estarán

justificadas la preparación y la vigilancia de las posibles hemorra-

gias súbitas y copiosas.

Con frecuencia, y sobre todo para la donación del lóbulo

derecho, se utiliza la incisión subcostal bilateral estándar en forma

de L (en palo de hockey), con extensión hacia la línea media. La

intervención puede dividirse en tres fases: 1) movilización del

hígadoeidentificacióndelasestructurasvasculares,2)seccióndelhígado y 3) hemostasia y cierre. En la primera fase de la interven­

ción, la manipulación del hígado causa a veces una reducción del

retorno venoso al corazón, con los consiguientes episodios breves

de hipotensión. Es esencial descartar esta posibilidad antes de

iniciar cualquier tratamiento. La división del parénquima se efectúa

1926

Anestesia por subespecialidades en el adulto

IV

Figura 57-1

A,

Anatomía segmentaria del hígado. Cada segmento está irrigado por un pedículo portal, formado por una rama de la arteria hepática, una rama

de la vena porta y un conducto biliar.

B,

Los segmentos V a VIII se usan a menudo en el trasplante de donante vivo entre adultos. (

Adaptada de Renz JF, Yersiz H,

Farmer DG y cols.: Changing faces of liver transplantation: Parcial-liver grafts for adults.

Hepatobil Pancreat Surg

10:31-44, 2003.

)