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sobrecarga hídrica e insuficiencia cardíaca congestiva. La acumu-

lación de toxinas urémicas y de ácidos metabólicos contribuye al

mal funcionamiento del miocardio. Cho y cols

. 85

comprobaron que

algunos pacientes con fracción de eyección baja debida a miocar-

diopatía urémica recuperaron una función cardíaca totalmente

normal tras un trasplante renal satisfactorio. Por tanto, la NT con

una depresión significativa de la función ventricular no es necesa-

riamente una contraindicación para el trasplante renal, pero sí

puede complicar el tratamiento anestésico.

La hipertensión secundaria a la nefropatía puede deberse a:

1) alteración del control renal del Na

+

y los líquidos, lo que causa

una expansión de volumen, y 2) alteraciones de las concentraciones

de las sustancias vasoactivas causantes de cambios locales del tono

arterial. La hiperreninemia puede inducir un aumento de la resis-

tencia vascular sistémica con elevación de la presión arterial, pero

no siempre existe. Si no se trata, la elevación de la presión arterial

en el interior del riñón producirá alteraciones escleróticas de su

árbol vascular, lo que dará lugar a un círculo vicioso en el que la

hipertensión altera al riñón y crea las condiciones para que aumente

la hipertensión. Esta última puede ser también una manifestación

de la sobrecarga de líquidos cuando se ha producido la oliguria y

puede provocar un aumento de la poscarga miocárdica, con un

incremento de la tensión de la pared que, junto con la uremia,

produce alteraciones cardíacas compatibles con una miocardiopa-

tía. La elevación crónica de la presión sistémica produce hipertrofia

del VI, con aumento de las necesidades de oxígeno del miocardio.

La insuficiencia renal también acelera la progresión de la

aterosclerosis, sobre todo en la circulación coronaria. La uremia

produce alteraciones del metabolismo de los lípidos con elevación

de las concentraciones de los triglicéridos séricos y disminución de

las de lipoproteínas de alta densidad protectoras.

En los pacientes con NT pueden encontrarse otras alteracio-

nes cardíacas, como enfermedad del pericardio o arritmias. La

pericarditis, que puede coexistir con un derrame pericárdico

hemorrágico, es reversible con la diálisis. En general, los derrames

pericárdicos ceden en los pacientes bien dializados. Las arritmias

pueden ser consecuencia de anomalías de los electrólitos o corres-

ponder a episodios de isquemia miocárdica.

La diabetes mellitus es la causa de la NT en casi el 30-40%

de los casos, y estos pacientes representan el 30% de los que se

encuentran en lista de espera para un trasplante renal. El 60% de

los diabéticos dependientes de insulina desarrolla nefropatía. Los

enfermos con NT y DM corren un mayor riesgo cardiovascular que

los que sólo tienen uremia, debido a la aceleración asociada de la

aterosclerosis de los vasos de pequeño calibre.

La uremia crónica también produce un retraso del vacia-

miento gástrico. No se conoce con exactitud el mecanismo por el cual

se produce esta complicación, pero en los pacientes con uremia o que

están en diálisis de mantenimiento, se ha observado arritmia gástrica

y descoordinación de la actividad mioeléctric

a 86 .

No parece haber

diferencia entre el retraso del vaciamiento gástrico de los pacientes

en diálisis peritoneal y en hemodiálisis. Hay que pensar que todos

los candidatos a un trasplante renal acuden con el estómago lleno,

con independencia de cuál sea el período de ayuno preoperatorio. La

técnica que se ha de plantear debe ser la intubación de secuencia

rápida, sobre todo en los diabéticos. La observación de que en el 50%

de los pacientes urémicos y diabéticos se encontraron volúmenes

gástricos superiores a 0,4ml/kg, lo que sólo sucedió en 4 de 24 enfer-

mos urémicos no diabéticos, respalda esta recomendación.

Los pacientes con insuficiencia renal suelen tener una

anemia normocrómica y normocítica debida a la disminución de

la eritropoyesis y a la retención de toxinas secundarias a la insufi-

ciencia renal. El tratamiento con eritropoyetina recombinante suele

elevar las concentraciones de hemoglobina a 10-14 g/dl, lo que

disminuye los síntomas de fatiga y mejora las funciones cerebral y

cardíac

a 87-89

. En ocasiones, la administración de eritropoyetina

puede agravar una hipertensión preexistent

e 87 .

Desde hace mucho tiempo se conoce la asociación entre la

insuficiencia renal y la tendencia a las hemorragias, y parece que en

ello interviene de manera decisiva un defecto cualitativo de la

función plaquetaria secundario a la uremia. Este defecto provoca la

acumulación, en la sangre urémica, de ácido guanidinosuccínico, que

inhibe la agregación plaquetaria inducida por el adenosindifosfato.

Aunque en los pacientes urémicos puede identificarse una

alteración cualitativa de las plaquetas, estudios más recientes han

demostrado que la uremia puede asociarse también a un estado

protrombótico. En un estudio tromboelastográfico de los coágulos

de sangre completa se constató un aumento de la coagulabilidad y

una disminución de la fibrinólisis en los pacientes urémicos en

relación con los controle

s 90 .

Las micropartículas derivadas de las

plaquetas (pequeñas vesículas de actividad procoagulante que se

liberan a partir de las plaquetas activadas) podrían intervenir en la

trombogénesis clínic

a 91 .

La uremia puede producir alteraciones del sistema nervioso

central que van desde mareos, pérdida de memoria, disminución

de la concentración y mioclonía hasta convulsiones, estupor y

coma. Se considera que los signos de neuropatía periférica o autó-

noma son una fuerte indicación para la diálisis.

Técnica quirúrgica

Los riñones trasplantados, tanto los procedentes de donantes vivos

como de cadáver, suelen implantarse en la fosa ilíaca, pudiendo

utilizarse los dos lados del abdomen. Una incisión de 20-25 cm

proporciona una exposición suficiente. A menudo, la incisión se

extiende desde la línea media de la sínfisis del pubis hasta un punto

situado 2-3 cm superomedial a la espina ilíaca anterosuperior. Las

variaciones anatómicas son muy frecuentes y suelen obligar a

reparar o reconstruir los vasos o el uréter. Por ejemplo, el riñón

puede estar irrigado por dos o más arterias renales procedentes de

la aorta. Aunque las anastomosis vasculares pueden hacerse con

distintos vasos del receptor, los más utilizados son la arteria y la

vena ilíacas externas

( fig. 57-2 )

. Se colocan pinzas distales y proxi-

males en la arteria y vena ilíacas externas y la arteria (a veces dos)

y vena renales del donante se conectan a ellas mediante anastomo-

sis término-laterales. El período de isquemia caliente suele ser de

15-30 minutos.

Una vez terminadas las anastomosis, se retiran las pinzas de

forma escalonada. A continuación se llena la vejiga a través de una

sonda de Foley para facilitar la implantación del uréter directa-

mente en ella. La herida se sutura por planos, prestando especial

atención a la diuresis para identificar los posibles compromisos

vascular o uretral durante el cierre.

Consideraciones preoperatorias

El 50% de los enfermos con NT padecen una o varias de las enfer-

medades concurrentes antes descritas, lo que influye en gran

medida en el tipo de anestesia que se elige en cada caso. Aunque

los trasplantes de cadáver suelen considerarse intervenciones

urgentes o de emergencia, la conservación en frío prolongada del

riñón se tolera bien y debe proporcionar tiempo suficiente para

permitir que el posible receptor se encuentre razonablemente bien

preparado para la intervención y, si fuera necesario, que sea diali-

zado antes de ella, a fin de normalizar los desequilibrios electrolí-

ticos y el estado del volumen. Los pacientes que no se hallan en

diálisis suelen producir volúmenes de orina suficientes para evitar

la sobrecarga de líquidos. Sin embargo, las concentraciones de los

electrólitos, sobre todo de K

+

y HCO

3

, pueden estar muy alteradas,

como reflejo de un empeoramiento de la situación homeostática.

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Anestesia por subespecialidades en el adulto

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