se puede transferir al niño, cualquier método que la reduzca puede
también reducir la del niño. Por tanto, el anestesiólogo debería
explicar con detalle lo que pueden esperar tanto el niño como su
familia y lo que se va a hacer para garantizar la máxima seguridad.
Cuanta más información tengan los padres y el niño, más fácil les
resultará superar el estrés de la intervención y de la hospitalización.
También pueden ser útiles los programas prequirúrgicos como
vídeos, folletos y visitas al hospital.
Después de revisar los antecedentes clínicos, de la explora-
ción física y tras consultar la duración aproximada de la cirugía,
el anestesiólogo describirá al niño lo que es la anestesia y lo que
se hace para asegurar una buena atención. También se explicará
al paciente y su familia el objetivo de los aparatos de monitoriza-
ción. Los niños necesitan entender que ninguno de estos aparatos
le hará daño y que podrán ver cómo se los colocan. Si hay que
canalizar una vía intravenosa, se deberá decir al niño que se va a
utilizar un fármaco para «insensibilizarlo». También deberá des-
cribirse a los padres cualquier método de monitorización especial,
como una vía arterial, una vía venosa central, una sonda nasogás-
trica o una sonda urinaria y asegurarles que estas técnicas se
realizan tras la inducción anestésica. Parte del consentimiento
informado incluye la descripción de nuestro papel en el quirófano.
Es vital explicar a la familia que la «medicación» anestésica se
ajustará tanto a la situación clínica del niño como a las necesidades
quirúrgicas. A mí me gusta usar la frase «medicación anestésica»
porque nosotros somos médicos, tanto como los cirujanos o los
pediatras, y es importante para las familias que entiendan esto
claramente.
Los niños piensan en términos muy concretos, por lo que
se debe tener cuidado y evitar malentendidos. Es importante
explicarles que el «sueño» causado por los anestésicos es diferente
del sueño normal que ellos conocen y que las medicinas anesté-
sicas les impiden despertarse durante la intervención y recor-
darla. También se deberá explicar que retiraremos la medicación
anestésica al final de la cirugía y que entonces se despertarán y
volverán con sus padres. Este tipo de explicación no requiere
mucho tiempo y tiene una gran importancia para tranquilizar al
niño y a su familia respecto a la calidad de la atención que va a
recibir.
No deberá evitarse la cuestión del dolor. A los niños se les
tiene que asegurar que se hará todo lo posible para reducir el dolor
cuando se despierten. Por tanto se debe insistir en que se adminis-
trarán fármacos analgésicos y que también se utilizarán infiltracio-
nes locales para bloqueos nerviosos, infusiones continuas caudales
o epidurales o analgesia controlada por el paciente/padre/personal
de enfermería (v. también
cap. 77). También debe describirse la
URPA o la UCI para que no haya sorpresas.
El niño aprensivo
Algunos niños, ya sea por experiencias pasadas o por falta de
comprensión, están aterrorizados por venir al quirófano. Cuando
yo veo a un niño llorando, si es lo bastante mayor como para
razonar con él, paro lo que se esté haciendo, me siento a su lado en
la cama y le pregunto qué es lo que exactamente le preocupa.
Algunas veces no hay respuesta. En esta situación, les pregunto a
estos niños si tienen miedo de que les duerma, de enterarse durante
la operación o si tienen miedo al dolor después de la intervención.
Por lo general son capaces de verbalizar sus miedos, pero incluso
si no tenemos respuesta les insisto en que
«el sueño de la anestesia
es diferente al sueño en casa. En casa si papá o mamá nos llaman,
te despiertas. En el quirófano, hagamos lo que hagamos no vas a
sentir nada, no lo recordarás y al final quitaremos la medicación y
tú la eliminarás al respirar y, por último te despertarás y volverás con
tu familia»
.
Estas explicaciones suelen terminar con las lágrimas.
Algunas veces las lágrimas se producen porque quieren que sus
padres estén presentes durante la inducción, incluso algunos de
los niños de más edad. Es fácil acceder a esta petición, y también
acaba con las lágrimas. Si por otra parte es un suceso específico
del pasado el que está causando los miedos, es importante inves-
tigar para saber si algo se entendió mal o si podemos llevar a
cabo la intervención de otra manera para evitar esa situación.
En algunos niños con experiencias anestésicas previas, simple-
mente el permitir que se coloquen la mascarilla facial les pro-
porciona un control suficiente de la situación como para que
paren las lágrimas. Una vez tuve una paciente de 7 años que
escribió su testamento:
«dejo mi muñeca a..., ...dejo mi mantita
a...».
Cuando le pregunté a qué venía eso, ella me respondió que
se iba
«a dormir hoy y que algunas veces cuando la gente se
duerme no despierta».
Como ella había sufrido quemaduras y
necesitaría múltiples procedimientos, yo le expliqué que era
verdad que había gente que se dormía y que no despertaba, pero
que normalmente eran personas mayores con problemas en el
corazón o en el cerebro y que yo no había visto esto en nadie de
su edad sometida a esta operación. Le pregunté si se sentiría
mejor manteniendo ella misma la mascarilla, y de hecho ella la
cogió y la mantuvo durante una suave inducción anestésica. Más
tarde, en reanimación me dio las gracias como
«¡el primer médico
que me ha explicado algo!».
Esta pequeña anécdota destaca la
importancia de hablar directamente con los niños independien-
temente de su edad. Por último, en ocasiones no se puede con-
solar a los niños y no es posible encontrar el origen de su miedo.
Son estos niños los que se benefician de una fuerte premedica-
ción, como la combinación oral de midazolam, ketamina y atro-
pina descrita antes.
Ayuno
En diversos estudios no se han encontrado diferencias en cuanto
al volumen gástrico residual o el pH en niños a los que se les
permitió una ingesta ilimitada de líquidos claros (agua, zumo
de manzana) hasta 2-3 horas antes de la inducción anestésica,
en comparación con el ayuno habitual. Esta práctica propor-
ciona un acercamiento más humano a los niños y a sus padres
sin incrementar el riesgo de aspiración pulmonar del contenido
gástrico. Los lactantes y los niños tienen una tasa metabólica y
un área de superficie corporal por kilo de peso más elevada que
la de los adultos y se deshidratan con mayor facilidad que éstos.
La mayor ventaja de las nuevas directrices sobre el ayuno puede
ser una incidencia menor de hipovolemia en el momento de la
inducción anestésica. Mi método es restringir la ingesta de leche
y sólidos después de la medianoche, pero permitir líquidos
claros de forma ilimitada hasta 3 horas antes de la inducción de
la anestesia; si se produce un cambio en el horario del quirófano,
un ayuno de 2 horas sigue siendo válido
( tabla 72-5). Los lac-
tantes con lactancia materna pueden recibir su última toma
4 horas antes de la inducción anestésica. Yo no considero la
leche materna equivalente a la fórmula porque el contenido en
grasa varía con la dieta materna y puede retrasar el vaciado
gástrico. Las guías de la American Society of Anesthesiologists
(ASA) también permiten una «comida ligera» de tostadas y
líquidos claros hasta 6 horas antes de la inducción anestésica,
pero he percibido que los padres con frecuencia se confunden
creyendo que puede ser cualquier tipo de comida incluidos
¡huevos con bacon
! 102.
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Anestesia pediátrica
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